martes, 16 de septiembre de 2008

Crónicas inútiles

El diablo

Es marzo. El viento anuncia la presencia del diablo con el brillo que despiden los cuchillos y la pólvora. Adivino la luz que dibuja salamandras en los vidrios. No me queda más remedio que vigilar los erráticos pasos del escriba. Él piensa que se le borran las palabras y con ellas los muros, las iglesias, los palacios. El mundo se desgaja como una torre de naipes tocada por el aire. Entonces el escriba, en un intento por detener el derrumbe, traza mapas con los postes, las ventanas, las piedras que levanta del camino, los objetos que oculta la basura. Él escribe a la ciudad con la tinta del miedo. Anda su vida rutinaria del escritorio a la mesa y de pronto se le pierden las rutas, no sabe cómo llegar a la cocina y a la sala, el patio se le transforma en un desierto enorme. Camina claudicante con una colección de dolores en el bolso, le duele por ejemplo: la bala que dejó una huella de sangre en el paisaje; el poder y las monedas; también el corazón y los riñones. Le duele la realidad y la vida de tal manera que sólo se declara capaz de redactar las instrucciones para encontrar la tumba que pondrá fin a su vagancia. Me da la impresión, sin embargo, de que con la tormenta y el desastre el escriba lo ha perdido todo, hasta las instrucciones y la tumba, y terminará sus días como un barco sin timón, a la deriva.

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