martes, 30 de octubre de 2007

Historia de un disparo

Pidió la hora y le dieron un balazo. Esta frase encabezó una nota de la sección policiaca de un periódico local. La información en el cuerpo de la nota se refería a un chofer que se aproximó, por la noche, al guardián uniformado de un negocio para pedirle la hora, éste, sin mediar razón alguna desenfundó su arma y disparó sobre el interrogador. El hecho relatado parece trivial por cotidiano, de este tipo de sucesos están plagadas las páginas dedicadas a la nota roja de los diarios. Sin embargo podemos hacer un ejercicio de reflexión que nos ayude a entender o interpretar una conducta que no carece de interés por cuanto implica algunos factores que merecen atención: el tiempo, el poder, la muerte y el lenguaje. El hecho de disparar sobre un individuo que pregunta la hora puede entenderse como una defensa, un acto de poder, o de locura.
En el primer caso, la defensa, podemos entender que, en la mente del velador, se desató el pánico debido al conocimiento de que solicitar la hora o un cigarro es parte del ritual del asaltante, por lo tanto la proximidad de un desconocido, amparado por la obscuridad de la noche, que pregunta la hora, es señal inequívoca de una violencia o un asalto. El policía interpretó los signos según su código personal y no tuvo otra salida que disparar sobre quien, a su juicio, amenazaba su integridad o su vida. La intención del herido permanece incógnita, pudo tratarse en efecto de un delincuente que preparaba un robo, o bien de un transeúnte ingenuo que preguntó la hora sin reparar en las consecuencias, o de una persona solitaria que pretendió iniciar una charla para romper su soledad. Lo que se hace evidente es que las incontables trampas del lenguaje, verbal y no verbal, las marcas generadoras de sentido, produjeron este hecho de sangre, el vigilante interpretó los signos como un peligro y respondió ante una fatalidad con otra.
Como acto de poder, el velador uniformado y el arma que porta son símbolos de control, parte de los mecanismos con que la sociedad organizada impone límites a la conducta. El vigilante está ahí para defender un principio, un concepto generado por el discurso jurídico y económico: el de la propiedad privada. La propiedad que defiende no es la suya, el velador sólo cumple el encargo de resguardar el orden impuesto por la cultura dominante, no juzga, no medita las causas y las consecuencias, sólo actúa. El papel asignado, de brazo de la ley, le impide ejercer un juicio de valor que le dé pistas acerca de qué es más importante, la mercancía o la vida. Por esto, cuando el policía interpreta la presencia del interrogador como virtual amenaza para los bienes encomendados, ejerce el poder que le fue conferido y dispara contra quien, a su juicio, rompe las reglas, invade un espacio prohibido, cruza una frontera imaginaria y artificial. La agresión del disparo se produce por la acción del discurso de poder implícito, la norma dominante impone las reglas que regulan y legitiman la conducta y la muerte.
A partir de la locura, la conducta del velador se explica por la presencia de una paradoja. Quién, en su sano juicio, puede pedir la hora y no esperar un disparo o una cuchillada por respuesta. Solicitar a bocajarro la ubicación precisa del instante implica someter la mente del interrogado a la presión de buscar una respuesta al viejo problema de la humanidad: el devenir y su desenlace, la muerte. El tiempo puede considerarse como una cualidad intangible de la materia o como una categoría del razonamiento, un método para apresar la realidad, para entenderla y manipularla, en ambos casos su medición es arbitraria, las manecillas del reloj no miden el tiempo sino la velocidad con que recorren el espacio de la carátula impulsadas por el mecanismo de un péndulo. En todo caso, lo que marca el reloj no es el tiempo sino el número de veces que se ha cumplido un ciclo construido con múltiplos de doce. Así, el velador interrogado cayó en un estado de perplejidad, producido por el vértigo de verse obligado a dar respuesta a lo insoluble, se colocó ante una bifurcación, por un lado la locura y por el otro la muerte, las dos formas de parar el tiempo. La acción de disparar se explica por la presencia del absurdo, la única defensa contra la locura es la locura. El que interroga pide un absurdo, la hora, y obtiene del interrogado otro absurdo, el disparo.
El relato de nota roja se transforma en un cuento taoísta, en la reproducción de una paradoja que lleva necesariamente a disolver la realidad para demostrar que ésta es una construcción caprichosa de la mente. Entre el acto de pedir la hora y el de sacar un arma y accionarla, media una realidad construida con signos, un discurso que violenta los hechos y se resuelve, desenlace fatal, en la muerte y el silencio.

lunes, 22 de octubre de 2007

El verdugo

Jacobo Felipe, indio originario de Teocaltiche, cumplió una docena de años en la cárcel. Fue preso y juzgado por haber dado muerte a su mujer a golpes de gorguz. La tarde del 25 de julio de 1536, al salir de la misa. Bebió mucha savia de peyote. Bajo el efecto de la bebida lo persiguieron los demonios. Lleno de terror tomó su lanza y repartió mandobles, empuñó la puya que portaba y golpeó sin piedad a toda sombra que se cruzó a su paso, a todo bulto que alcanzó a distinguir con sus ojos midriáticos. Trató de ahuyentar a los fantasmas hasta quedar rendido.
Al despertar, ya sin los efectos del peyote, se vio en medio de un juicio, se le acusó de haber dado muerte a su esposa golpeándola en la cabeza con la lanza. Fue sentenciado a muerte. Se le metió en la cárcel a esperar que se cumpliera con el fallo. Sin embargo, no se encontró en toda la región a nadie que tuviera designado por oficio el de verdugo, ni a persona que quisiera cumplir con la encomienda, por lo tanto, quedó prisionero hasta doce años después de los hechos. Lo soltaron al fin cuando un jurado revisó su caso, conmutaron la pena de muerte por la de cumplir, por el resto de su vida, con la tarea ingrata del Verdugo.

martes, 16 de octubre de 2007

La Maltos

En la esquina formada por las calles que dividen a la ciudad en cuatro se alza la fachada de la vieja casa que albergó a la Santa Inquisición y después fue el domicilio particular de una mujer contradictoria: devota hasta la crueldad; piadosa hasta el asesinato; mística hasta la lujuria; humilde hasta la megalomanía. Esta mujer, conocida como la Maltos, se convirtió en la espada de Dios y por lo tanto en diablo, en la mitad de Dios que es el infierno. Ella colaboró con la Santa inquisición, denunció herejes y apóstatas, llevó al potro de los tormentos a muchos, a veces hasta por faltas leves, pecados veniales, a veces con acusaciones infundadas. Efectuaba con frialdad y precisión el ritual que le dictaban sus creencias. El celo religioso de la Maltos la llevó, después de cometer un sinfín de crueles torturas, enjuiciamientos y asesinatos en el nombre de la Santa Inquisición. Pero también cometió un error fatal: acusó a quien no debía ser acusado, a uno con más poder que ella. Desde luego los papeles se invirtieron y la perseguidora se convirtió en perseguida. Todo este asunto la obligó a enclaustrarse y romper todos los espejos de la casa. Después, en los muros, empezó a pintar la historia de una nueva creación.
Su locura la obligó a plasmar exclusivamente diversas versiones del Apocalipsis en donde el mundo terminaba consumido por el fuego, o arrasado por inundaciones y por guerras. Desesperada por su incapacidad para pintar el génesis se sumió en la depresión y el silencio. Cuando los vecinos fueron a buscarla, extrañados por semanas de no verla, encontraron una casa vacía con los muros pintados como en una iglesia. El rostro de la Maltos es el de la mujer que se arroja, en un carro tirado por dos grifos, hacia el centro de un volcán en llamas. Los vecinos dijeron que fue así como La Maltos escapó de quienes la buscaban: se subió al carruaje dibujado en la pared y huyó hacia una dimensión insospechada.
Ahora el edificio es, durante el día, una fachada en ruinas que alberga un estacionamiento; pero algunas noches, cuando la luz del sol se queda prisionera en los charcos que dejó la lluvia, el lugar se convierte en un calidoscopio y en los muros se despliega una historia que se hace y se deshace. Entonces puede verse cómo se derriten los rostros de los militares y los gobernantes; cómo se hacen polvo las estatuas y el cuerpo de jóvenes mujeres que se incendian; los rasgos deformados de los que mueren por efecto de venenos; ciudades infestadas de trampas en donde cada casa es una ratonera o una cárcel. En el centro del muro norte de la estancia, una mujer se sube a un carro tirado por dos grifos y emprende un viaje fatal hacia las fauces de un dragón que se la traga, el dragón es una casa en ruinas con los muros pintados y ella queda otra vez como una línea de carbón sobre el estuco.

lunes, 15 de octubre de 2007

Dionisos

Los ojos de Abraxas, casi rozándome la cara, buscaban quizá
algún vestigio de su ya muy lejana cordura... La muerte y el éxtasis
llegaron en el instante en que nuestros ojos se abrieron.
Jorge Mirabal

Me quema las manos el espejo negro, la piedra que humea con olor a ceniza y azufre. La piedra pulida refleja los trescientos sesenta y cinco nombres de Dios. El reverso está grabado con una imagen, terrorífica, de Cronos que devora niños y los que convierte en heces, lodo, en un limo verdoso del que crecen plantas y animales extraños: bípedos implumes y lampiños; jorobados que ocultan sus defectos con un trono; macrocéfalos cubiertos con birretes. El espejo me quema y me da vértigo, es como un túnel, un abismo poderoso que me arrastra. Debe ser la resaca y el tufo del vómito que sigue a la embriaguez, el caso es que sólo veo serpientes, dragones, sombras de piel viscosa y purulenta. A mi derredor hay ruinas, estatuas sin cabeza, cuerpos mutilados, sangre. Ríos de saliva humedecen mi piel y la tierra y las piedras. Hay lava también, que se apaga y petrifica al contacto con lenguas invisibles.
Doy unos pasos por esta sementera putrefacta y agónica. Intento recordar la lascivia de ayer, los cuerpos enlazados rodando sobre el césped, los humores que, mezclados, forman esta baba que lo moja todo. Yo soy Dionisos y en el clímax de la noche orgiástica recibí mi herencia, una marca de fuego sobre el pecho, la cicatriz de una palabra que es mi otro nombre, mi verdadero nombre: caos, oscuridad, enigma, Abraxas. Espero pues una señal, en medio de la noche; en el lodo germinal y maloliente. Soy, también, Apolo, el perfumado de luz, el que organiza el camino de los astros, el que revierte la digestión de Cronos para transformar el lodo fecal en los hijos del tiempo. Soy Dionisos y Apolo: soy Abraxas; el de los dos sexos, el gemelo de Jano. Duermo en el lodo, entre las ruinas, en el páramo fétido y sangrante, en este caos, porque éste, es el paraíso.

sábado, 13 de octubre de 2007

La memoria y el olvido

Encontré un libro que relata la historia de una ciudad que ya no existe y cuyos límites eran el viento y el desierto. Se fundó por azar sobre un campo cubierto con las cenizas de una guerra y a la margen del río. Al principio era casi una ciudad fantasma; sus habitantes, de paso, entraban y salían de la ciudad. Durante los primeros cien años de existencia, la población cambió totalmente varias veces, entre generación y generación no había vínculos. Cuando la ciudad cumplió cien años de fundada se reunieron autoridades y notables, discutieron los problemas que generaba lo efímero y mudable. Pensaron que eran necesarios una bandera y un escudo, una historia, algunas leyendas, muchos monumentos. Todo esto con la finalidad de crear una imagen, arraigar a la gente a sus solares, obligarlos a defender los bienes que se acumularon intramuros. Una comisión se dio a la tarea de organizar las cosas: se extendieron muchos certificados de ciudadanía y títulos de propiedad. Se creó el registro civil. Se jerarquizaron los barrios; los más alejados e insalubres para los mendigos y los viajeros recién llegados, los más céntricos y opulentos para los militares, los poderosos, los enriquecidos. Se le pagó a los escribanos y los hombres más viejos para redactar una historia, para que fijaran los días en que la ciudad, de fiesta, recordaría un hecho cívico importante, o de luto, la pérdida de un héroe en una batalla inexistente. Al final, contrataron artesanos para que levantaran estatuas en jardines, frontispicios, en cualquier lugar que permitiera la existencia de un pedestal y una figura.
Con el paso del tiempo y el arduo trabajo de la comisión, el protocolo se complicó hasta lo indescifrable. Los aseadores levantaban cada mañana carretadas de confeti, serpentinas, flores secas, hojas de papel en los que se escribieron los discursos. Los campos de cultivo y los talleres permanecían mucho tiempo abandonados porque los trabajadores celebraban alguna fecha memorable, o el nombre ilustre que inventaron los ancianos.
Reunidos nuevamente los notables analizaron los inconvenientes de un protocolo complejo y asfixiante. Discutieron los problemas que surgieron de la pesadez y lo inmutable. Decidieron entonces crear la semana de la libertad, una especie de carnaval, ocho días dedicados a la desmemoria; sin homenajes, discursos, himnos ni redobles. Las fiestas tuvieron gran aceptación entre los habitantes, pronto se extendieron hasta cubrir un mes entero. Durante ese tiempo se rompían banderas, se mutilaban las estatuas, o se cambiaban de lugar, de tal suerte que ninguna inscripción en los pedestales correspondía con la estatua sostenida. La semana de la libertad se convirtió en un mes y en un bimestre. La gente se dedicó a reinventar la historia, hasta tal punto que se perdió el arraigo. La ciudad en ruinas quedó sepultada bajo todos los caminos que la cruzan.

martes, 9 de octubre de 2007

Nada

Las hormigas evitan los obstáculos del piso, buscan los caminos, se detienen un momento ante las grietas, desandan las rutas, trazan una escritura sobre el polvo. Así tejemos una red de pasos indecisos en marcha inevitable hacia la fosa que aguarda con paciencia nuestro arribo. Mientras tanto inventamos una realidad de humo, construimos nuestra casa y las ciudades, ponemos un reloj sobre la mesa. Un tigre duerme a los pies de la cama para llevar la cuenta de las noches con sus rayas. En los cajones de un armario guardamos un dragón y una serpiente, una hogaza de pan, la fotografía de alguien que olvidamos. El viento borra los signos de la arena, desarma los libros para construir nuevos textos con las hojas. Toda vida es un relato que se mueve al azar y se enreda con el poder y el deseo, con la ausencia. El único motivo de los textos es el vacío. Te escribo desde este patio porque no estás, eres una presencia de nada que se siente. Lo anterior me hace pensar que el primer hombre fueron dos y eran gemelos: uno fue Adán, el otro Nada, éste un ser sin forma, sin tiempo y sin deseo. Por eso nos movemos entre dos ausencias, la de una manzana y la de nosotros mismos. Nos gustan los espejos, el mar, la noche, los misterios, porque sabemos de alguna manera que estaremos completos hasta encontrar a Nada. Sabemos también, y esto nos duele, que Nada fue creado a la imagen de Dios y no nosotros.

domingo, 7 de octubre de 2007

Bestiario Minimo

I: Introducción
Como parte de los informes requeridos por la corona, para contar con un archivo de datos acerca de los recursos naturales de las tierras conquistadas o colonizadas, se elaboró, entre otras cosas, un documento sobre la fauna habitante en las cercanías del mineral del cerro de San Pedro y en general de todo animal e insecto encontrado en el Tunal Grande. De esta zoología se escribieron dos copias; una se anexó al resto de los reportes y fue remitida al Virrey para que éste la hiciera llegar a su destino final en España. El otro legajo, constituido por ciento cuarenta y ocho folios, se encuadernó con cuidado y se conservó en la Capitanía para su consulta. De ahí pasó al archivo del Ayuntamiento en donde se utilizó con frecuencia por frailes, curanderos y estudiosos de las ciencias naturales, todos ellos le agregaron notas al margen y textos sueltos en los que daban cuenta de nuevas especies y de los rasgos o características de las ya conocidas. El libro se guardó con el título de: "Relación de los animales de toda laya que vuelan, corren o se arrastran en tierras Chichimecas". El manuscrito se perdió entre papeles conforme fueron menos frecuentes las consultas, por otro lado, el archivo municipal atravesó dificultades como incendios, inundaciones y saqueos, que produjeron merma en su acervo y desorden en su clasificación. El catálogo de referencia apareció en uno de los atados que se apilaban en la bodega municipal, lo tuve en mis manos cuando en 1981 se ordenó el envío de todos los documentos al Archivo Histórico del Estado. Llamó tanto mi atención que perdí mucho tiempo en leerlo.
En él descubrí varias criaturas hoy extintas, insectos extraordinarios, mamíferos pequeños de rara conducta, animales de gran tamaño que un día trotaron por el valle. Tomé algunas notas que hoy transcribo, otros datos los guardé en la memoria, de manera que la descripción que ofrezco puede estar distorsionada por el paso del tiempo. En lo que sigue expongo la versión más fiel posible de aquellos bichos que consideré sorprendentes y de los que puedo dar una referencia más o menos clara e inteligible. El manuscrito fue vuelto a liar en una paca junto con actas de nacimiento y defunción, así como legajos de trámites administrativos; después se apiló en una camioneta de carga y se trasladó a las bodegas del Archivo Histórico en donde espera a ser descubierto nuevamente.

2: Escarabajo sol
Un escarabajo negro, de ocho centímetros de largo por cuatro o cinco de ancho, habita en los matorrales que constituyen un lindero natural para el desierto. Es un animal provisto de caparazón duro y mandíbulas poderosas con las que rompe la vaina de las semillas de los arbustos en que vive. Su concha está dividida en dos segmentos que al abrirse liberan unas alas bellísimas de color azul metálico, el abdomen es también azul y está anillado con dos franjas amarillas y brillantes. Los naturales se refieren a este insecto con un vocablo que significa sol o solecito; el nombre obedece al hecho de que, tal vez, el animalito está emparentado con las luciérnagas. En su época de celo, que coincide con el mes de octubre, el escarabajo emprende un vuelo por encima de las copas de los árboles, su abdomen se enciende con una luz azul intensa y traza figuras caprichosas sobre el pizarrón de sombras. Su danza de amor tiene lugar varias horas después de que nació la noche. La luz y el movimiento atraen a la hembra con su belleza hipnótica, pero si ésta no aparece en el momento preciso, la luz azul se torna amarilla, después roja y el animal se muere consumido en una llamarada. Es delicioso ver en las noches claras de octubre, hacia el norte de la ciudad, por donde nacen los caminos de arena, el cielo salpicado de focos azules que se mueven y de vez en cuando, una luz que se transforma en sol nocturno y en el cuerpo calcinado de un escarabajo. Los niños del lugar se entretienen detectando a las hembras durante el día para ocultarlas, sólo por ver el estallido de un sol en las tinieblas.

3: Garza de agua
Según las creencias de los habitantes del desierto, los animales se clasifican de acuerdo con los cuatro puntos cardinales, o los cuatro colores, o los elementos. Sin embargo su orden no deja de ser curioso y arbitrario pues las bestias de tierra no son las que en ella viven, ni las de agua son los peces o los habitantes del mar y de los ríos, tampoco son las salamandras las únicas huéspedes del fuego. Nos explican los viejos de las tribus que hay aves de tierra y agua, de la misma manera hay peces de aire o fuego. Se reporta una garza de agua en el desierto: patas largas, hábil voladora, ojos color de arena, su plumaje es verde como los charcos lamosos del verano, unas plumas blancas y muy suaves le cubren la línea de la quilla. Este pájaro vive en parvadas, anida en los troncos caídos de los árboles y en los huecos en que abandonan las serpientes, se alimenta de los pequeños lagartos que viven en las dunas cazándolos con un clavado sobre los montículos de arena como si fueran olas. Su enemigo natural es la tormenta, el trueno las asusta al grado de inmovilizarlas y quedar así al alcance inevitable de los gatos silvestres, los coyotes y demás predadores de los llanos. Sin embargo, se llevan bien con las víboras a las que incluso ayudan a empollar sus huevos. Dicen las madres más expertas que la molleja de estas garzas, ingerida en trozos muy pequeños, es buena para curar a los niños del espanto. Se pueden ver volar en el ocaso, en formación y con el sol de cola, como si emprendieran un viaje sin regreso hacia la noche.

4: Mariposa de la locura
Los animales ponzoñosos no escasean en esta región, los hay de todos tipos: víboras, arácnidos, gusanos, escorpiones, batracios, bichos a los que usualmente se les teme por la peligrosidad de su picadura. Me sorprendió sin embargo, la descripción de una mariposa portadora de un veneno de acción tan extraña como mortal. La falena es un animal de tamaño regular para su especie, blanca como la nieve, con tres pares de patas blancas, antenas también blancas en forma de hoja de helecho. La única nota de color la dan sus ojos: manchitas de sangre que interrumpen la necedad del blanco. En las tardes de marzo, se ve a estas mariposas que vuelan en círculos alrededor de los charcos. También se acercan, a riesgo de morir quemadas, a las llamas de los cirios, las hogueras, las antorchas. Empiezan a salir cuando se oculta el sol. Es en general un insecto inofensivo que sirve de alimento a las aves y a las arañas que logran atraparlos con sus hilos. Se alimenta de una cactácea muy espinosa que produce una flor efímera, grande y llamativa. La mariposa introduce un filamento puntiagudo que guarda enrollado en la parte ventral de su cabeza, penetra con él la piel del cacto y liba el líquido que corre por la nervadura. El veneno debe tener su origen en esa planta, la falena sólo es intermediaria o portadora. Es probable que se trate de un alcalino que actúa sobre el tejido neuronal humano y que aumenta su toxicidad durante el tiempo de vida de la flor, que es de unas cuantas horas. El caso es que las personas atacadas no alcanzan a diferenciar el piquete con respecto al del mosquito común. El sujeto envenenado se rasca un poco, se pone algo de saliva sobre la piel enrojecida y la molestia desaparece. No es hasta unas semanas después que los síntomas se hacen evidentes: inicia con una pérdida progresiva de memoria, ésta se suple con la fabulación y el delirio; la percepción de la realidad se distorsiona; el sujeto emprende una hiperactividad que se intensifica hasta la manía; se pierde el apetito. Un picado por la mariposa se lanza a toda clase de aventuras, en especial aquellas que apoyan sus delirios. Quienes no conocen el animal ni la acción de su veneno, toman frecuentemente a los afectados por líderes o santos, por lo menos hasta que sus alteraciones los llevan a conductas raras o violentas. La locura que sucede al piquete puede pasar desapercibida durante mucho tiempo. La causa de la muerte suele ser el asesinato, el suicidio, o el infarto si el corazón es débil; si se evaden estos peligros, el veneno mata por asfixia, en medio de un ataque de espasmos, cuando en su delirio final los intoxicados se afanan en detener el tiempo. Otra particularidad de la mariposa es que se transforma en arena durante el último minuto del verano

5: Ratas guerreras
Los naturales de estas tierras inhóspitas se hacen acompañar durante sus caminatas, por un mamífero, roedor, una especie de rata de campo grande, de pelo gris e hirsuto en el que continuamente se prenden los cardos y las hojas secas de los llanos. Tratan al animal de la misma forma que nosotros prodigamos cuidados a los perros. Sin embargo, no es posible pensar en que sea doméstico, se trata más bien de una asociación conveniente y simbiótica. El medio natural de la mascota es el terreno agreste de matas espinosas, de preferencia aquel que se extiende por las faldas de los cerros. Se aparean en invierno, en cubiles que excavan para depositar sus críos, cuidarlos y protegerlos de sus enemigos: el halcón y el coyote. Son excelentes cazadoras de ardillas, lagartijas, iguanas y hasta llegan a sorprender a las aves pequeñas que imprudentes se paran a su alcance. Son de vida corta pues se matan entre ellas en un acto instintivo que tiene que ver, tal vez, con el control de la población; el espectáculo de sus guerras es abominable pues supera los niveles de crueldad y fiereza que puedan imaginarse. De cómo se inició la convivencia entre el roedor y el hombre no se tienen indicios, es posible que el animal empezara por seguir a los cazadores en busca de los deshechos y sobrantes de comida, como es de apariencia agradable y conducta pacífica, no le fue difícil a los hombres aceptarlo como compañía, además alerta sobre la presencia de probables agresores y, en caso extremo, puede servir él mismo de alimento. Se utiliza también su pelo para tejer las cuerdas de los arcos y su piel para confeccionar zapatos. La posibilidad de supervivencia del animal guerrero es muy baja pues además del suicidio en masa que representan sus sangrientas luchas, son fácil blanco de sus predadores en septiembre, cuando mudan de pelo y son localizables por el color de su piel, de un rojo intenso.

6: Hormigas
Siete kilómetros al sur del cerro de las minas hay otro cerro, en su interior deben existir corrientes o depósitos de agua porque su vegetación es inusual en esta zona. La parte más baja del montículo es arenosa pero conforme se asciende, el paisaje se transforma y da lugar a diversas coloraciones de la tierra, desde la rojiza hasta la negra saturada de humus. Las plantas que empiezan por ser varejudas de hoja pequeña y quebradiza acaban substituidas, en la cima, por matas de hoja grande y tallos carnosos. El lugar se conoce como el Cerro de las Hormigas; ahí es posible detectar más de un centenar de variedades diferentes de este insecto.
En las faldas se encuentra la hormiga roja común, con sus características construcciones en forma de volcán. Más arriba se pueden encontrar muchas familias que varían en color y tamaño, desde las casi microscópicas negritas que infestan todo el lugar, hasta las gigantes de cabeza negra y abdomen amarillo que ocupan la corona de la cima. A pesar de tanta hormiga diferente cada especie controla su terreno pues sus soldados se encargan de mantener, precisos, los límites de sus fronteras. No son raras las batallas entre especies cuando por causas naturales se altera la disposición del terreno, en esas ocasiones el cielo se tachona de reinas voladoras, azules, negras, amarillas, rojo sangre, que no vuelven a bajar hasta que el suelo se tapiza de cadáveres, de esta manera se mantiene un control ecológico sobre el número de individuos y de especies. Otra forma de control son los incendios que florecen en agosto.
Existe una hormiga que los naturales buscan con esmero pues se le atribuyen poderes especiales, es una hormiga azul de medio centímetro de largo, de difícil acceso porque vive en cuevas profundas y en grietas ocultas en el cerro. Las reinas de esta especie son ligeramente más grandes, aladas, cabeza y tórax azules y abdomen blanco. La vida y costumbres de este insecto son como las de cualquier hormiga con sus larvas, obreras, soldados, sus nidos formados por cámaras conectadas con canales que forman un laberinto bajo tierra. Cada nueve años más o menos, se reproduce un número extraordinario de reinas, del doble del tamaño normal. Cuando maduran estas reinas gigantes, matan a todos los individuos de su nido y después se ponen a producir una gran cantidad de huevos con los que darán lugar a una nueva generación de hormigas azules.
Tal vez la gran fertilidad de las gigantes azules, o su fuerza guerrera, o cierto alcalino neurotrópico que se almacena en su abdomen, genera la creencia de que el insecto es un regalo de los dioses. El caso es que los naturales, cada nueve años, organizan expediciones para cazar a las reinas de la hormiga azul; cuando las atrapan separan el abdomen del resto, cabeza y tórax son secados e introducidos en saquitos de piel teñida de azul, que después portan atados a sus cinturones, a manera de amuleto. El abdomen es ingerido crudo, se dice que un gramo basta para producir varias horas de contacto con los dioses y demonios; el que lo ingiere danza y habla al viento durante un día y una noche, después, como secuela, aumenta su virilidad y su fuerza en el combate, será capaz, si sobrevive a las alucinaciones, de engendrar cien hijos y matar a cien enemigos. El científico Fray José de Calderón afirma que la hormiga es venenosa, introduce la baba del demonio en quien la come, él dice que el insecto hincha su abdomen con la secreción de las estalactitas más profundas de las minas y que no es otra cosa que la sangre del diablo, que corre siempre junto a los veneros de metales preciosos.

7: Intermedio
A propósito de hormigas, mientras escribo esto, una fila de ellas serpentea sobre el piso del patio, parece salir de una ranura que se dibuja en la parte inferior del muro. La procesión marcha pegada al ángulo que forman la pared y el suelo, recorre varios metros, llega al escalón de acceso a la cocina y, después de vencer varios obstáculos, trepa por la pata de la mesa hasta llegar a un plato que contiene un trozo de biznaga. La miel del dulce atrae a los insectos que lo cubren con sus diminutos cuerpos negros al grado de ocultar el color dorado de la golosina. Otras hormigas, en el patio, se desprenden del grupo, arrastran el cadáver de un grillo. Describo esta escena, que nada tiene que ver con el documento que transcribo, porque las hormigas, sus sociedades y conducta son una metáfora común de los grupos humanos, como ellas, nos sentimos atraídos por la miel y los cadáveres. A partir de la imagen de una hormiga atrapada y muerta en el líquido denso de la miel, podemos desprender toda una teoría de los deseos y de las trampas. El objeto del deseo nos llama para robarnos la vida en una tumba de azúcar, así, se produce una paradoja en la que un impulso vital nos conduce hacia la muerte. El paraíso es un disfraz con el que cubrimos los cementerios. Lo que sí leí en la relación es acerca de una tesis que pretendía explicar la indisoluble liga entre la biznaga y las hormigas, el por qué éstas ofrendan su vida al fruto que es imagen del sol y de la luz, pero que es un voraz devorador de insectos con su lengua pastosa de melaza. La biznaga es el fruto dorado que promete la satisfacción de todos los deseos y también es una cárcel y una tumba. En el fondo la biznaga es el símbolo de la tierra prometida, la fosa inevitable que aguarda el momento final de las hormigas.

8: Polilla
La Relación de Animales es un documento que no parece tener la antigüedad que se desprende de sus páginas, la razón es que éste y otro libro que narraba los mitos cósmicos de los guachichiles fueron atacados por una rara variedad de polilla, por una especie de araña color sepia, que empezaba a devorar el papel por donde lo tocó la tinta y acaba por convertir los pliegos en una fina capa de polvo del color de la arena. Por esta razón se tuvieron que hacer muchas copias para conservarlos. El arácnido no probó jamás otros legajos, sólo estos dos, los atacaba una y otra vez a pesar de todos los cuidados del bibliotecario.
El cuidador del archivo municipal, el que fungía en 1981, me dijo que una vieja curandera iba cada mes a recoger con cuidado el polvo y los cuerpos secos de las polillas para mezclarlos con miel y el jugo de una flor efímera; el jarabe resultante era un remedio eficaz para curar el mal de amores o para inducir olvido en quien sufre por sus recuerdos. También me dijo que no creía en la veracidad de los documentos pues con tantas copias fueron deformados hasta convertirlos en un puro ejercicio de la mentira y la fábula.
Lo que sí recuerdo es que cuando tuve en mis manos la Relación, mi piel se cubrió de polvo y maté a dos o tres insectos cafés y pequeñitos que corrían sobre mi brazo. Después de ese día, siento a veces que construyo una torre grande con todo lo que tengo en la memoria y luego un ejército de arañas la reduce a polvo y vuelvo a empezar, otra vez, a edificarla.

9: Cangrejos del desierto
En el lugar donde se torna más inhóspito el desierto, donde no crecen los nopales ni los cactos, y los vientos tallan un paisaje nuevo cada hora, se han encontrado restos de un animal desconocido. Al principio se creyó que se trataba de cristales o de placas calcáreas formadas a partir de la arena, pero en la medida que se acumularon piezas pudo reconstruirse lo que parece el cascarón de un crustáceo, la concha dorsal es de color pajizo, brillante de tal modo que contra la luz del sol parece una pepita de oro, esta característica atrajo muchos aventureros que pensaron enriquecerse y sólo encontraron la sed, el calor y a veces la muerte. La parte ventral es azul y está dividida en secciones como la de una tortuga. Presenta cuatro pares de orificios en los costados en los que se articulan unas patas largas y finas. El animal es probablemente ciego pues las cavidades frontales, que debieran albergar los ojos, están cubiertos con una película opaca con la consistencia de hueso. De este espécimen se cuenta con caparazones reconstruidos casi totalmente, con algunos fragmentos tubulares que deben ser parte de las patas, filamentos flexibles que, se supone, le pertenecen, pero que no han podido articularse de manera convincente a su estructura. La mayoría de las personas que saben de su existencia creen que se trata de un cangrejo que fue aislado del mar cuando las aguas del diluvio volvieron a su sitio. Sin embargo, no se han visto restos que se asemejen, ni remotamente, a una tenaza. Algunos, los menos, piensan que se trata de una migala, una araña que desarrolló la concha como protector biológico contra el extremoso clima del desierto. La verdad es que nunca se ha visto a un ejemplar vivo, todo lo que se sabe de él es por sus restos, que cada cual interpreta y reconstruye a su manera. Es posible que las conchas, los filamentos, los tubos calizos, las pequeñas esferas de cartílago, o de hueso, sean los signos que dan lugar a toda una zoología fantástica del desierto. Quien esto escribe vio caparazones de este crustáceo colgados en los techos y las puertas de las chozas para dar voz al viento. El sonido que producen las conchas, cuando chocan, es como el rumor de la arena que se mueve, como el grito de una piedra que se rompe, los indígenas piensan que el Creador de todas las cosas, el dios del viento y el venado, habla por medio de las conchas y en cada tribu hay un intérprete, generalmente un hombre ciego, que traduce los enigmas que arrastra el aire del desierto.


10: Gato
No puede faltar un felino en el catálogo, la naturaleza de los gatos y sus hábitos de vida tienen la virtud de liberar la fantasía, de dar pie para toda clase de historias, interpretaciones y conjeturas. Los nativos reportan una bestia, de la familia de los félidos, de origen divino pues nació de un ayuntamiento ilícito de hermanos: el sol y la luna. Es un animal de fuego, predador irrefrenable, capaz de mimetizarse con tal perfección que logra ser imperceptible aún para la mirada más aguda. Este gato tiene la mitad del tamaño y peso del asiático, de incisivos más largos en proporción y de garras igual de poderosas. Como su hermano de Sumatra es de hábitos nocturnos, sólo que prefiere las cálidas arenas del desierto a la tierra fangosa de los ríos, a los que se acerca nada más para saciar su sed. Muchos lo consideran un animal fantástico, creen que se trata de un disfraz que adopta el dios de la guerra, condenado a vagar en el desierto, castigado por haberse rebelado contra el Sol. El Sol lo derrotó pero no quiso matarlo porque lo amaba, lo desterró a las sombras, a vivir en el árido laberinto sin paredes. El animal que vive en el desierto no es un felino de carne y hueso sino la esencia misma del tigre, incorpórea y sutil, por eso puede adoptar cualquier apariencia, desde la de un gato doméstico hasta la imponente del tigre de Siberia. Puede incluso asumir otra imagen como la de una oruga, una mariposa, o la de una flor que se abre para tocar la lluvia. Afirman los chamanes más serios que tal gato no existe, es, únicamente, la imagen proyectada de nuestros propios temores y crueldades, es un nahual, el destello del iris en la noche, el frío de las espadas, un rayo de luna que se filtra en los zarzales.

11: Cecilia
En las inmediaciones del Río Verde habita una serpiente ciega, su piel es de color cobre con gruesas líneas amarillas a los lados. En realidad es un anfibio, anida en galerías que excava en la tierra lodosa de las márgenes del río. A pesar de su aspecto no es una rareza, se han visto variedades en zonas húmedas y tropicales, es un cecílido descrito por los zoólogos como un ápodo anfibio que puede tener desde diez centímetros hasta poco más de un metro de largo. Es un animal sordo y ciego pero sensible a las vibraciones de la tierra. Lanza un filamento, una lengüeta con la que reconoce su alimento, consistente en animales muy pequeños como lombrices, arañas y hormigas. Es un bicho al mismo tiempo primitivo y degenerado por el hecho de vivir bajo la tierra. Lo peculiar en él es su ambigüedad, no es una serpiente aunque lo parezca, ni una lombriz ni un pez. Los habitantes de la zona creen que se trata de un animal indeterminado, de una especie de larva que puede convertirse en ave, víbora, pájaro o insecto, según ciertos designios marcados por los dioses de la naturaleza Lo cierto es que la cecilia está condenada a vivir en el lodo y ser presa de los rapaces acuáticos, terrestres o aéreos. Estos ápodos pertenecen a esa clase de animales sugerentes y extraños que el lenguaje transforma en metáfora como el ajolote, la salamandra y el tritón, son animales que parecen haber aparecido por la condensación y el desplazamiento de las características de otros animales. Se reporta que resulta difícil obtener un ejemplar, está casi extinto porque los magos y curanderos lo usan para complementar, con su piel o con su carne seca, toda clase de amuletos y pócimas que sirven lo mismo para inducir la locura que para protegerse de ella, también para envenenar al enemigo o para curar algunos males de la piel y del oído.

12: Araña
Aquí también se le tiene miedo a las arañas. Me hubiera gustado que el Génesis contuviera unas líneas sobre el origen misterioso de la araña, sobre todo porque es el más impresionante de los animales míticos. Se puede encontrar casi en cualquier parte, su apariencia se ha vuelto familiar a fuerza de repetirse y a pesar de su estructura física que es totalmente inverosímil. Su historia tiene que ver con tejedoras y la amenaza de Némesis que acecha la soberbia y el exceso. El libro de la ciencia nueva no la menciona, pero hace notar su acción de trampa y de mortaja. La araña es símbolo de la paciencia, de la mente que aguarda la caída fatal de su víctima en las redes. Es, como Dédalo, constructora de laberintos. En este último sentido es también metáfora de la política y la civilización, complementa a Babel, por su carácter de trampa, por su tenaz construcción de redes que acaban por convertirse en cementerio. La belleza de plata de la tela que refulge en la noche es, en realidad, el filo de un cuchillo sediento. A la araña le temen el dragón, el centauro, los duendes, los unicornios. Hasta la propia Medusa, con su rostro terrible, siente un miedo cerval hacia los hilos que tejen poco a poco las arañas que habitan dentro de nosotros mismos, porque los arácnidos no existen, son imágenes proyectadas de nuestros propios sueños y nuestra memoria, por eso les tememos, aún sin conocerlas.

13: Sin nombre
Nadie la nombra, sólo se refieren a ella con apodos. Es un animal que nadie ha visto, pero todos confirman su existencia. Es de la familia del nahual pues adopta la forma que desea. Se dice que su apariencia preferida es la de la víbora porque le permite ocultarse fácilmente. Sin embargo, es posible verla disfrazada de coyote, ardilla, pájaro negro, también como una mariposa nocturna con ojos pintados en las alas. Es una bestia de la buena suerte a pesar de los misterios que le inventan y del temor que despierta en quienes se topan con ella de improviso. Su carne, seca y molida, mezclada con el agua, es un buen antídoto contra la locura y sirve, también, para aguzar la vista y descubrir las ciudades efímeras que crecen por la noche entre las dunas. Pronunciar su nombre puede ser mortal, por eso la gente siempre carga una pomada hecha con aceite y la ceniza de un arbusto extraño que crece entre las peñas, para untarla en sus labios si la inconsciencia o el descuido los hacen proferir el nombre. Ella concede toda clase de dones a quien la respeta y le guarda con cuidado sus secretos, de lo contrario, una cruz de ceniza sobre los labios es lo único que puede conjurar la ira de la bestia que enfurece, cuando alguien tiene la soberbia de nombrarlo.

14: Fauna doméstica
En las casas habitan las bestias más extrañas: las devoradoras de tiempo, las que construyen ciudades en la despensa o debajo de la cama, las que viven en el polvo que acumulan las estancias, las que carcomen el azogue, las que pueblan el jardín y las macetas. Se puede redactar un grueso volumen de zoología nada más con los bichos domésticos, clasificándolos por orden alfabético o por su forma, su color, sus hábitos de vida. También es posible ordenarlos al azar o seguir la pista de sus extravagancias. Algunos animales prefieren las cocinas y viven a sus anchas en las llamas; otros se asientan en el complejo mecanismo de los relojes de péndulo; los hay fototrópicos, fotofóbicos y fotobióticos; los que transforman su caparazón en un espejo; los que mueren solamente durante la noche más larga del invierno; los que gozan de un silencioso letargo en las bibliotecas; los que anidan en la húmeda oscuridad de las cloacas; los que prefieren el desierto que crece en las alcobas; los que gustan de ver el mar, embotellado, en la vitrina; los que zumban de noche; los que giran en torno a la llama de una vela; los que en octubre enloquecen. Son tantas las rarezas que proseguirlas da lugar a una interminable letanía. Baste con saber que para encontrar los seres más fantásticos no es necesario salir de casa.
El redactor de la Relación clasifica la fauna en tres grandes capítulos: el primero con los animales conocidos por todos; el segundo con aquellos que son comunes aquí pero ignorados en el viejo continente; el tercero recoge las bestias que no fueron vistas por el investigador pero que le describieron los naturales, o los indios y españoles que regresaban de alguna expedición.
Es del tercer capítulo que obtuve los informes de los animales arriba mencionados. En él se da cuenta de serpientes aladas; de unos murciélagos gigantes, blancos, que viven en lo más arisco de la sierra y bajan cada trece años a sobrevolar el valle por espacio de una semana durante el solsticio de invierno; de unas arañas grandes y a punto de extinguirse porque sólo copulan en las llamas, durante los incendios comunes en verano; de unas libélulas blancas que emprenden un vuelo vertical por la mañana y se elevan hasta la altura necesaria para transformarse en agua; de un insecto parecido a las cochinillas que rehuye la luz y gusta de habitar en los relojes.

15: Conclusión
Con la idea de obtener más datos y refrescar mi memoria acerca de lo contenido en el documento, fui al Archivo Histórico para indagar sobre el paradero de la Relación. El conserje me remitió a un empleado que me miró sorprendido y me envió con otro y éste con otro, el último de ellos un hombre recluido en la bodega detrás de un pequeño escritorio, él me dijo que muchos papeles se perdieron por la acción de una polilla color tinta que ataca solamente a los folios que contienen mentiras y fabulaciones y deja intactos los legajos que registran datos objetivos de hechos y batallas; por esta razón decidieron no exterminarla ya que era un auxiliar invaluable en el rescate de la verdadera historia y un enemigo voraz de lo subjetivo, lo dudoso y lo mítico. Antes de salir, vi cómo el hombre se rascaba la piel del cuello, ahí se le veía un enrojecimiento, un piquete producido por una mariposa nocturna, blanca como la nieve y ojos como la sangre, que voló y fue a posarse sobre la flor roja de un cacto que se oreaba en la ventana.

sábado, 6 de octubre de 2007

Las piedras cuentan el silbo de los años, la historia de los viejos guerreros, el eco de inútiles batallas. Narran la vida fugaz de una guirnalda o un delirio y cómo se pudren las estatuas. Hablan de los pasos silenciosos del coyote, del orín con que se cubren las espadas, del sueño de los muertos. Cada piedra guarda un trozo de memoria, algunas voces, fragmentos de una canción anónima y el susurro del viento.
Existe una piedra en especial que rodó mucho tiempo hasta quedar oculta en los cimientos del Palacio de Gobierno. En ella se guarda la locura del rey y del profeta, en ella está la sangre y el veneno. Quien la escucha en octubre cuando la luna sale, irremediablemente muere con las señas de la asfixia sobre el rostro.

martes, 2 de octubre de 2007

El barco negro

La leyenda del barco se perdió muy pronto en el olvido por ser de suyo inverosímil. Sin embargo, algunos datos afirman que esta ciudad, lejana al mar, será destruida por un barco. La señora que hace la limpieza de la casa cada miércoles dice que su abuela escuchó, de su abuela, el temor que los indios le tienen a esas máquinas capaces de parir hombres blancos y caballos sobre la playa. Los tlaxcaltecas que vinieron con los primeros españoles a poblar estas tierras cercanas al cerro de San Pedro, trajeron consigo la creencia de que existe un buque negro, un galeón pesado e imponente que puede surcar el mar, moverse sobre arena o hundir su quilla en el lomo del viento; este barco, sin tripulación y sin vigía, recorre el mundo levantando las almas de los muertos.
En una crónica se cuenta que en las noches de luna nueva, por el cielo del sur, desciende una nave negra de la que baja un ejército de sombras a envenenar el aire y hacer más grande la extensión del desierto. Las sombras recorren todos los callejones, sus lamentos se escuchan entre sueños, dejan una mancha roja sobre el cuerpo de los niños que nacieron al declinar el día, después se van, antes de que la niebla se levante, abordan de nueva cuenta su navío y levan anclas. La crónica desde luego es falsa pero algunas noches, en septiembre, no se pueden dormir los perros ni los niños lactantes, se oye el crujir de los cordajes y los mástiles. En esas noches, por el rumbo del parque Tangamanga todo es más oscuro, como si la luz de la luna se eclipsara con la silueta de un barco que desciende.