martes, 17 de agosto de 2010

Perdón

Perdón

Debo pedir perdón, no tengo duda, porque nací con la marca del diablo en la pupila;
porque leí dos o tres libros prohibidos a escondidas;
porque caminé por las calles y oficinas con el corazón herido;
porque me dan miedo los soldados y odio con todo mi ser a sus fusiles;
por desearle un poco de pobreza a cada rico;
porque corté una rosa que apenas florecía;
porque comí de más un pan que otro necesita;
porque tuve una guitarra que se quedó sin cuerdas y arrumbada;

pido también perdón porque soy débil y por envidiar un poco a los que son amados;
porque me salí de la iglesia cuando el oficiante nos mostró su copa de oro;
porque soy cobarde y temo al desamor, al abandono y a la muerte;
porque vi morir un pájaro y no hice nada por salvarlo;
porque desconfío del que no peca y guardo un poco de rencor al moralista;
porque avaro atesoré palabras y no pude darles su lugar exacto en el poema;
porque no pude llorar cuando la muerte visitó mi casa
ni cuando estaba solo y sin amor en la tormenta;

Debo pedir perdón por tantas cosas, como las negras heridas del mar,
la basura que asfixia las ciudades y la fatal agonía de los desiertos;
porque comí naranjas y jamás tuve cuidado de regresar las semillas a la tierra;
porque nunca me eché junto a mi perro a contemplar el paso de las horas.
Sí, pediré perdón porque no supe amar lo suficiente;
porque cada vez hay menos unicornios, salamandras y dragones;
porque veo cómo cunden los incendios y el poder llena sus arcas con cadáveres;
por todo esto y más, debo pedir perdón por el silencio.

martes, 25 de mayo de 2010

Centinela

§ 1: En algún lugar de la Plaza de Armas hubo, hace mucho tiempo, un centinela que tenía la misión de solicitar el santo y seña, y dar alarma ante cualquier amenaza. Recién instalado todos lo saludábamos al pasar junto a él. Pronto se convirtió en una figura natural en el paisaje de la Plaza, como un árbol, una fuente o una estatua. Después, se fue borrando. Se volvió tan habitual que se perdió de vista, como un chicle pegado en la banqueta, como una brizna de polvo en la cantera, como el destello efímero de un cristal a medio día. Nadie sabe qué fue de él. Algunos dicen que adelgazó demasiado y se fue para morir en paz en otro lado. Otros afirman que se convirtió en el faro que adorna el centro de la Plaza de Armas. Otros que simplemente se evaporó, como una gota de lluvia en el desierto.

§ 2: “No soy un soldado, pero adopté sin darme cuenta la profesión de centinela. Desde que yo recuerdo me dediqué a percibir y registrar todas las señales. Afiné mis oídos para diferenciar el canto del mirlo y el canario. Aprendí a distinguir los más leves matices del color y la mínima variación de la textura. La clave de la buena observación es no hacer esfuerzo para percibir las cosas, poner en blanco la mente. Se debe incluso cerrar los ojos y sumergirse en el más profundo silencio. El verdadero centinela es un ser absolutamente pasivo, no debe ir hacia el objeto, no debe razonar ni clasificar ni separar ni ordenar. Su misión es dejar que las cosas vayan a él, debe dejarse inundar por la realidad, permitir que su cuerpo se vuelva transparente y permeable. Cuando el centinela alcanza la sutileza necesaria, cuando es casi un vapor que se dispersa, entonces puede ver una esquirla de luz, la inesperada fuga de la sombra y un poco de amor que se derrama en aire, es capaz también de oír la imperceptible voz de las estrellas y el llanto del huracán que se aloja en un suspiro, además, puede sentir el terrible dolor y la pasión más salvaje en el tenue roce de unos labios. La disciplina para ser un centinela fue durísima, años y años de acallar mis propias sensaciones y deseos, así aprendí a borrarme para dejar que las cosas me llegasen, a no moverme para nada, a ser un vacío en el centro de la realidad que cambia.”

§ 3: Centinela es un árbol que da cuenta en su corteza del paso de los años, un faro que ofrece una luz en la tormenta, una roca que destroza huracanes y fantasmas en el mar. Centinela es un soldado que anuncia los cambios en el campo de batalla y la proximidad del fuego. Centinela es el miembro de una secta secreta que guarda y registra los misterios de la realidad y de la historia. Sobre todo un centinela es una partícula invisible que viaja, inexorable, en la flecha del tiempo.

sábado, 3 de abril de 2010

Trampas

No cabe duda que todos los días me afano por fabricar las trampas más sofisticadas. Las elaboro de todos los materiales. Pongo en ellas todo el ingenio de que soy capaz. Cavo profundos hoyos en la tierra, los cubro con cuidado y luego pongo encima los señuelos más atractivos y seguros. Escondo tales artefactos en lugares insospechados y también en los más obvios. Trato de que no parezcan trampas. Las hago como pequeños oasis atractivos y seductores. Durante mucho tiempo anduve con un puñado de certezas en el bolso: pensé que conocía el lugar exacto del arribo; que podría someter el timón a mi designio; que mi paso sería firme en el pantano. Pero ahora sé que a duras penas soy un pájaro de barro en una jaula que fabriqué yo mismo.

miércoles, 10 de febrero de 2010

El mar VII

Tengo ya varios días tratando de conseguir
un acomodo al mar en un poema.
No al que late más allá del horizonte
y baña las playas de este país
que sufre de crueldad y de abandono.

Quiero encontrar un sitio
para el trozo de mar que tengo en el bolsillo,
el que deposito en las noches,
con ternura,
junto a las llaves y el pañuelo.

Un pedazo de mar, quiero decirlo,
que recogí hace años
durante una noche de aventura en Acapulco,
y me acompaña desde entonces
como una fiel mascota.

Ese pequeño mar,
a veces calmo y a veces proceloso,
que cada día se me deshace entre las manos
y al que sólo puede darle vida
la misteriosa voz de una sirena.

lunes, 11 de enero de 2010

El mar VI

A veces suceden las cosas más extrañas
cuando pasan las horas como rayos de luz que se dispersan,
como gotas de lluvia en el desierto.
Ocurren también cuando te quedas solo de repente,
cuando te descubres en la orilla equivocada, abandonado,
y en la memoria un beso que se borra.

Nunca pensé, por ejemplo,
que alguna vez podría caminar sobre las olas.
Sin embargo, la tarde se me volvió de agua
y me vi mar adentro como una embarcación a la deriva.
El cielo se pobló con peces
sorprendidos por la fuerza feroz de la tormenta.

En esas horas en que ni tu sombra te acompaña,
puede pasar casi cualquier cosa
como un dragón retozando en la despensa;
una mariposa que se incendia con un copo de nieve;
un huracán terrible sobre la mesa de centro de la sala.

En esas horas no te importan las balas
que siembran el dolor en los hogares, ni el hambre,
ni la estupidez del poder enceguecido,
sólo quieres caminar sobre el mar hasta perderte,
derivar sobre la espuma
con una efímera flor azul de cacto en la pupila.