lunes, 11 de febrero de 2008

El falseador

No sé por dónde comenzar a contarte la historia. El falsificador llegó a la ciudad silenciosamente; cumplió con discreción sus obligaciones de ciudadano, burócrata y padre de familia; el resto del tiempo lo dedicó a tomar notas que después transformó en pequeños artículos que publicó en revistas, periódicos y hojas volantes. Así se consumó la falsificación más impresionante de que se tenga noticia. Cada uno de sus textos modificó imperceptiblemente la realidad. De tal modo que las cosas y los acontecimientos parecen los mismos: el Palacio de Gobierno, la Plaza de Armas, el quiosco, las calles, los jardines, las casas, los utensilios, las iglesias. Pero el hecho es que los originales desaparecieron y ahora tenemos puras falsificaciones, así fue como llegamos a vivir en esta ciudad falsa. No me preguntes cómo se realizó tan terrible suplantación, no lo sé, tal vez el falsificador tenía poderes misteriosos que él mismo ignoraba, o tal vez operó el efecto mariposa, o, lo más probable, nada es auténtico y el universo es una concatenación de falsedades. Lo que sí puedo decirte es que llegaron a mis manos algunos de los escritos del falsificador de los que te haré llegar una copia para ver si tú puedes desentrañar los mecanismos de la trampa.

Texto 1
“Tal vez para huir de mis propios terrores, de la locura que corre por los ocultos conductos de mi cuerpo, empecé a escribir los momentos especiales de la ciudad, la casa, las calles y el desierto, escribí una historia confusa y abigarrada, la mía, que se inició en febrero y terminara el día que se corten los hilos que me mueven. Cada texto que redacto es un corte durante mi devenir insulso y rutinario, estoy hecho de días que se repiten, de domingos, quincenas y cumpleaños. Observo las fachadas y los atardeceres para ver si existe un sentido más allá del nacimiento y de la muerte. Analizo cada grano de arena para encontrar la causa y el efecto; sin embargo, después de tantos años, puedo decirte que sólo tengo una interminable colección de ecos. He podido escribir un solo texto, sinuoso y perifrástico, lo demás es una falsificación. Un escritor es un individuo en proceso de falsearse a sí mismo, cada nueva obra es una falsificación de la anterior. Sólo podemos escribir una página, el resto es pura repetición y engaño.”

El falseador inventó un mecanismo, tal vez alquímico, para fabricar espejos a partir de la combinación de celulosa y negro de humo, eran espejos de dos caras y construyó con ellos poliedros que puso a rodar como si fueran cardos arrastrados por el viento. Así multiplicó todos los objetos y los acontecimientos, convirtió a la ciudad en un calidoscopio y ahora no es posible distinguir cuál es la catedral y cuál es un reflejo. Cada ciudadano es muchedumbre, cada segundo es infinito. Así es como vinimos a parar a esta realidad desordenada, a este mundo inextricable, a este juego de reflejos en donde la ciudad se oculta de sí misma y nosotros acabamos perdidos en un dédalo de imágenes falseadas.

Texto 2
“Escribo, desde hace más de treinta años, notas en hojas de cuaderno y folios sueltos que almaceno después en los cajones. De vez en cuando reúno las que tengo más a mano y las encuaderno en tomos que vuelvo a guardar. Todas las tardes de verano escribo la marcha del sol sobre los muros, y las de otoño relato el olor desagradable del poder que se pudre. Así fue como llegué a llenar mi casa de papeles. Creo que sólo he podido redactar un texto y tantas variaciones como sean necesarias para llegar a perfeccionarlo. El problema fundamental es que no he podido, todavía, precisar el conflicto. Llevo una vida silenciosa en la que las cosas pasan con la naturalidad del amanecer y de la brisa. Guardo en mi escritorio un texto y mil espejos. Acumulo también cicatrices y achaques que hacen menos espantosa la infinita soledad del cementerio. Si un conflicto pudiera detectar, a estas alturas de mi vida, sería el del poder y la culpa; pero sé, de antemano, que acabaré derrotado por la bestia. Al final descubro que la bestia es de palabras y no se puede vencer con las palabras. Tal vez por esto no me queda más remedio que guardar silencio y cerrar mi aventura con la descripción minuciosa del cuchillo, la pistola y el veneno.”

Lo más curioso de la historia es que el falseador pasó por la ciudad casi totalmente inadvertido. Se le trató siempre como a un ciudadano común y corriente, promedio, adaptado, discreto. Sólo nos dimos cuenta de su función de virus, de factor que distorsiona, cuando nos percatamos del efecto terrible de sus fabulaciones, cuando pudimos ver sus marcas: una piedra removida; una incisión con cortaplumas en un árbol; un indeleble graffiti sobre un muro perdido; llegó incluso a falsear las estaciones cuando hizo florecer un tulipán en el verano.

Texto 3
“Exploro con frecuencia las fachadas en busca de algún hueco que me sirva para guardar recuerdos. No lo necesito muy grande, apenas una muesca, una grieta, el oculto camino que trazan las termitas. Mi memoria no es muy grande, tampoco es importante, no contiene momentos deslumbrantes ni verdades enormes o definitivas. Todos mis recuerdos son efímeros, trazos con gis que se deshacen. A pesar de todo, me gusta encontrarles un lugar para dejarlos: una fisura en la cantera, la entrada de una cerradura, el cráter que produce una gota de lluvia cuando golpea en la arena. Los pongo en cualquier parte para dibujar con ellos el mapa de la cárcel que me tiene prisionero.
A veces no sé qué decir, redacto frases absurdas o la trama de una historia inexistente. Escribo por ejemplo: el sol se deja caer en la oculta hendidura del oeste, y también: un bosque es el incendio que todavía no empieza. Al mismo tiempo que anoto cosas sin sentido en el cuaderno, pienso en la tragedia de una hormiga en la sequía; en la sangre que barniza el pavimento; en el poder que fabrica cementerios y falsas jerarquías.
Tengo, la tentación de construir un personaje, alguien más bien débil, inseguro y vanidoso, que pierda el tiempo en los cafés y en las calles con la mirada perdida en lo invisible. Un personaje que pretenda dibujar el mapa de la ubicación exacta de las dunas y del contorno preciso de las nubes. P, desde luego, fracasará en su intento, porque, tarde o temprano, se levantarán los vientos y no dejarán arena sobre arena. Por eso escribo cada lunes acerca del sol que se detiene a calentar los muros en los que anidan las palomas, o de la escritura extraña que representa una ciudad en el papel ocre del desierto. Es evidente que yo soy el personaje y, con un texto, abono la tierra que guardará mis cenizas por los siglos de los siglos.”

No te puedo contar completa la historia del falsificador, no la conozco. Supe que nació en febrero, en el seno de una familia numerosa. Su padre, un empleado, fue longevo. Su madre murió joven de una infección y tanto parto. Lo demás no se conoce, su vida fue una copia de otras vidas, tantas que resulta imposible distinguirla. Dicen que murió de viejo y nunca supo el sentido de su vida; otros afirman que se volvió loco por su fracasada obsesión de lograr el texto perfecto. Alguien más sugiere que se suicidó porque fue incapaz de soportar las pérdidas; los más imaginativos creen que se convirtió en palabras y anda perdido entre sus folios.

martes, 5 de febrero de 2008

La misión

El Maestro razonó de la siguiente manera: “Si logramos construir todas las frases posibles, con la combinación de veintisiete letras, una de ellas tendrá que ser, indudablemente, la fórmula de la inmortalidad”. Movido por esta convicción el Maestro comenzó a elaborar frases. Pronto se dio cuenta que la tarea resultaba, para él solo, francamente imposible, así que consiguió discípulos que le ayudaran en la búsqueda. Aun con varios ayudantes la meta parecía inalcanzable. El maestro sólo hacía dos cosas: conseguir seguidores y escribir frase tras frase con la pretensión de redactarlas todas. Ha pasado mucho tiempo. El maestro murió, y sus discípulos, y los discípulos de los discípulos. Ahora todo el pueblo dedica parte de su tiempo a fabricar frases, incluso seguidores de otros pueblos colaboran con la misión. Hay disidentes que afirman que todos estamos errados, que el razonamiento del Maestro es una falacia, que así como podríamos encontrar la inmortalidad también es posible dar con la puerta que conduce al engaño y a la destrucción. Los disidentes son pocos y tenaces. Por lo que a mí toca ya no hago caso de esas discusiones, me parecen vanas, acabaron por cansarme, sólo escribo frases mientras escucho el grito de dolor y el ruido ensordecedor de las explosiones y derrumbes.