domingo, 6 de marzo de 2011

La semana

Te puedo relatar una semana que por cosas de la vida
empieza un martes, cuando los mirlos caen heridos de silencio
y encuentras un pedazo de pan ácimo en la mesa…

Una semana puede ser como cualquiera,
aunque sea la primera del año y tengas el propósito
de no fumar, de charlar un poco más con tus hermanos
y dejar que algo de amor se te suba a la cabeza
con el riesgo de perder la compostura…

; puedo decir de la niña, con los ojos del color de la mañana,
que te vio pasar y tuvo miedo de perder sus ojos en los tuyos,
o del gato que se tiende sobre el pasto y se hace el muerto
para cazar un beso que invariablemente se le escapa…

[… Sin embargo no sé para qué contarte una semana si todo,
la muerte incluso, cabe dentro de un segundo efímero…]

Todos los días son martes que repiten una y otra vez
sus campanadas y se visten de rojo como el dios de la guerra…

… El martes puede ser el día de los reencuentros, el indicado
para que florezcan los azahares, el de las espadas desnudas
y sangrantes, el de las palabras que huelen a canela,
el propicio para encerrar cien sueños en la cárcel endeble
de un poema…

[… Este martes que te cuento no es otra cosa
que un equivocado lunes, enloquecido como una rebelión
de avispas obligadas a volar de noche.
Se rata, sí, de un lunes ebrio que llegó tarde a su cita
con una máscara de martes por si acaso…]

; siempre se puede narrar una historia de ácidas luciérnagas,
mientras silba en la estufa la tetera,
un martes como a las siete y media de la noche,
justo cuando termina la semana.

El miércoles es día de incertidumbre, todo puede pasar
en él si te descuidas, como una bala que disparan en diciembre
y perfora el corazón de algún espejo de febrero, o un discurso
que hurtan los gusanos para tejer capullos de palabras
con una falsa mariposa dentro…

; puede llover un miércoles de enero por el sólo placer
de arruinar las cabañuelas y para construir un tibio río
en el que puedan morir en paz las gallaretas…

[… El ónfalos puntual de la semana es una piedra labrada
con serpientes, que tiene una voz profunda como el eco,
es una piedra de amolar el tiempo para forjar espadas
con las horas, y pequeñas navajas inclementes
con el bronce lustral de los segundos…]

¿Recuerdas al gato que cazaba un beso?

El beso apareció de pronto un miércoles, cuando una liebre
pudo dejar atrás su propia sombra, y se volvió a perder el beso
entre la bruma porque los besos son como una sombra esquiva,
como la invisible costura de los días, como el suspiro
de un miércoles que vuela mientras el gato, en el tejado,
ronronea…

[… No importa el nombre de los días, ni el planeta
que los tenga consagrados, la semana es un mar
de siete singladuras, un collar de siete caracoles y una isla…

Importan las historias: las brillantes, las tristes, las heroicas,
las que simplemente ocurren en torno de la mesa y en las calles,
las que guardan aroma de limones, las que son como peces
y tejen con espuma las mareas…]

En fin, para eso me gustaba un miércoles,
para jugar al gato y a la liebre, para dibujar con tinta un insectario
y clavar en él mis garabatos,
después podré decir, sin inmutarme, que así es como me gano
la semana.

Deltoro afirma que los jueves el tiempo se detiene porque un dios
caminó sobre las aguas en un ejercicio de inútil acrobacia…

; por eso es bueno salir un jueves a la calle, a contemplar
la lucha de los globos contra el aire,
los lentos pasos de perros amarillos y la furia inusitada
de una mosca herida que trata de zafarse de una trampa
tejida con cristales…

… Los días de la semana se desdoblan, de domingo a domingo,
Como un viejo mapa que da cuenta de la existencia probable
de los ríos y de la triste soledad de antiguas islas…

[… Abrí las puertas del jueves y encontré naranjas, panes,
mariposas; un florero con un ramo que murmura
su irrefrenable vocación de vida; cuchillos, escorpiones, soldados;
un trozo de madera que cumple su destino de ceniza; un sinfín
de palabras que se pudren para producir el polvo de los días…]

Este jueves sin lugar a dudas es un buque tripulado por un viernes
marinero y por un sábado capitán que fuma una pipa interminable:
los peces nadan a sus anchas en el humo.

El zumo de los jueves tiene un sabor amargo a veces, pero sirve
para estimular un amor intenso,
si lo recoges en el cáliz de una flor silvestre…

[… Los poemas son jueves y miércoles y viernes que naufragan
en la oscura vorágine del tiempo, son humildes pedazos
de un discurso que deambula por los pasillos erráticos del día…]

La semana es un palimpsesto de paisajes que construyen
un fractal incomprensible, un mandala de ruinas de colores,
una madeja inextricable de recuerdos…

: el jueves es la ola que atraviesa de lado a lado la semana.

martes, 17 de agosto de 2010

Perdón

Perdón

Debo pedir perdón, no tengo duda, porque nací con la marca del diablo en la pupila;
porque leí dos o tres libros prohibidos a escondidas;
porque caminé por las calles y oficinas con el corazón herido;
porque me dan miedo los soldados y odio con todo mi ser a sus fusiles;
por desearle un poco de pobreza a cada rico;
porque corté una rosa que apenas florecía;
porque comí de más un pan que otro necesita;
porque tuve una guitarra que se quedó sin cuerdas y arrumbada;

pido también perdón porque soy débil y por envidiar un poco a los que son amados;
porque me salí de la iglesia cuando el oficiante nos mostró su copa de oro;
porque soy cobarde y temo al desamor, al abandono y a la muerte;
porque vi morir un pájaro y no hice nada por salvarlo;
porque desconfío del que no peca y guardo un poco de rencor al moralista;
porque avaro atesoré palabras y no pude darles su lugar exacto en el poema;
porque no pude llorar cuando la muerte visitó mi casa
ni cuando estaba solo y sin amor en la tormenta;

Debo pedir perdón por tantas cosas, como las negras heridas del mar,
la basura que asfixia las ciudades y la fatal agonía de los desiertos;
porque comí naranjas y jamás tuve cuidado de regresar las semillas a la tierra;
porque nunca me eché junto a mi perro a contemplar el paso de las horas.
Sí, pediré perdón porque no supe amar lo suficiente;
porque cada vez hay menos unicornios, salamandras y dragones;
porque veo cómo cunden los incendios y el poder llena sus arcas con cadáveres;
por todo esto y más, debo pedir perdón por el silencio.

martes, 25 de mayo de 2010

Centinela

§ 1: En algún lugar de la Plaza de Armas hubo, hace mucho tiempo, un centinela que tenía la misión de solicitar el santo y seña, y dar alarma ante cualquier amenaza. Recién instalado todos lo saludábamos al pasar junto a él. Pronto se convirtió en una figura natural en el paisaje de la Plaza, como un árbol, una fuente o una estatua. Después, se fue borrando. Se volvió tan habitual que se perdió de vista, como un chicle pegado en la banqueta, como una brizna de polvo en la cantera, como el destello efímero de un cristal a medio día. Nadie sabe qué fue de él. Algunos dicen que adelgazó demasiado y se fue para morir en paz en otro lado. Otros afirman que se convirtió en el faro que adorna el centro de la Plaza de Armas. Otros que simplemente se evaporó, como una gota de lluvia en el desierto.

§ 2: “No soy un soldado, pero adopté sin darme cuenta la profesión de centinela. Desde que yo recuerdo me dediqué a percibir y registrar todas las señales. Afiné mis oídos para diferenciar el canto del mirlo y el canario. Aprendí a distinguir los más leves matices del color y la mínima variación de la textura. La clave de la buena observación es no hacer esfuerzo para percibir las cosas, poner en blanco la mente. Se debe incluso cerrar los ojos y sumergirse en el más profundo silencio. El verdadero centinela es un ser absolutamente pasivo, no debe ir hacia el objeto, no debe razonar ni clasificar ni separar ni ordenar. Su misión es dejar que las cosas vayan a él, debe dejarse inundar por la realidad, permitir que su cuerpo se vuelva transparente y permeable. Cuando el centinela alcanza la sutileza necesaria, cuando es casi un vapor que se dispersa, entonces puede ver una esquirla de luz, la inesperada fuga de la sombra y un poco de amor que se derrama en aire, es capaz también de oír la imperceptible voz de las estrellas y el llanto del huracán que se aloja en un suspiro, además, puede sentir el terrible dolor y la pasión más salvaje en el tenue roce de unos labios. La disciplina para ser un centinela fue durísima, años y años de acallar mis propias sensaciones y deseos, así aprendí a borrarme para dejar que las cosas me llegasen, a no moverme para nada, a ser un vacío en el centro de la realidad que cambia.”

§ 3: Centinela es un árbol que da cuenta en su corteza del paso de los años, un faro que ofrece una luz en la tormenta, una roca que destroza huracanes y fantasmas en el mar. Centinela es un soldado que anuncia los cambios en el campo de batalla y la proximidad del fuego. Centinela es el miembro de una secta secreta que guarda y registra los misterios de la realidad y de la historia. Sobre todo un centinela es una partícula invisible que viaja, inexorable, en la flecha del tiempo.

sábado, 3 de abril de 2010

Trampas

No cabe duda que todos los días me afano por fabricar las trampas más sofisticadas. Las elaboro de todos los materiales. Pongo en ellas todo el ingenio de que soy capaz. Cavo profundos hoyos en la tierra, los cubro con cuidado y luego pongo encima los señuelos más atractivos y seguros. Escondo tales artefactos en lugares insospechados y también en los más obvios. Trato de que no parezcan trampas. Las hago como pequeños oasis atractivos y seductores. Durante mucho tiempo anduve con un puñado de certezas en el bolso: pensé que conocía el lugar exacto del arribo; que podría someter el timón a mi designio; que mi paso sería firme en el pantano. Pero ahora sé que a duras penas soy un pájaro de barro en una jaula que fabriqué yo mismo.

miércoles, 10 de febrero de 2010

El mar VII

Tengo ya varios días tratando de conseguir
un acomodo al mar en un poema.
No al que late más allá del horizonte
y baña las playas de este país
que sufre de crueldad y de abandono.

Quiero encontrar un sitio
para el trozo de mar que tengo en el bolsillo,
el que deposito en las noches,
con ternura,
junto a las llaves y el pañuelo.

Un pedazo de mar, quiero decirlo,
que recogí hace años
durante una noche de aventura en Acapulco,
y me acompaña desde entonces
como una fiel mascota.

Ese pequeño mar,
a veces calmo y a veces proceloso,
que cada día se me deshace entre las manos
y al que sólo puede darle vida
la misteriosa voz de una sirena.

lunes, 11 de enero de 2010

El mar VI

A veces suceden las cosas más extrañas
cuando pasan las horas como rayos de luz que se dispersan,
como gotas de lluvia en el desierto.
Ocurren también cuando te quedas solo de repente,
cuando te descubres en la orilla equivocada, abandonado,
y en la memoria un beso que se borra.

Nunca pensé, por ejemplo,
que alguna vez podría caminar sobre las olas.
Sin embargo, la tarde se me volvió de agua
y me vi mar adentro como una embarcación a la deriva.
El cielo se pobló con peces
sorprendidos por la fuerza feroz de la tormenta.

En esas horas en que ni tu sombra te acompaña,
puede pasar casi cualquier cosa
como un dragón retozando en la despensa;
una mariposa que se incendia con un copo de nieve;
un huracán terrible sobre la mesa de centro de la sala.

En esas horas no te importan las balas
que siembran el dolor en los hogares, ni el hambre,
ni la estupidez del poder enceguecido,
sólo quieres caminar sobre el mar hasta perderte,
derivar sobre la espuma
con una efímera flor azul de cacto en la pupila.

lunes, 23 de noviembre de 2009

El mar V

Veo pasar el domingo, cargado de silencio, desde mi lugar de siempre, junto a la ventana. No sé cómo describir este momento en el que la calle desierta es como el cauce de un río seco pletórico de incendios. Mi corazón late de dolor entre las llamas y se transforma en ascua que se apaga. Todo se consume: las mariposas que acaban de salir de su capullo, los minutos, los pájaros que son manchas de ceniza en el azul del cielo. Es domingo. Pierdo el tiempo a pleno sol y junto a la ventana. Casi puedo jurar que los arbustos lloran para substituir a la lluvia con sus lágrimas. Casi puedo ver el final de los jardines asesinados por el terrible puñal de la sequía. Se me perdió el mar, no escucho el rumor tranquilizante de sus olas. No veo el vuelo audaz de las gaviotas. No percibo la voz de las mareas. No hay corales ni peces ni burbujas de sal entre la arena. Se me perdió el mar y me convertí en una zarza que se quema junto a la ventana.