La leyenda del barco se perdió muy pronto en el olvido por ser de suyo inverosímil. Sin embargo, algunos datos afirman que esta ciudad, lejana al mar, será destruida por un barco. La señora que hace la limpieza de la casa cada miércoles dice que su abuela escuchó, de su abuela, el temor que los indios le tienen a esas máquinas capaces de parir hombres blancos y caballos sobre la playa. Los tlaxcaltecas que vinieron con los primeros españoles a poblar estas tierras cercanas al cerro de San Pedro, trajeron consigo la creencia de que existe un buque negro, un galeón pesado e imponente que puede surcar el mar, moverse sobre arena o hundir su quilla en el lomo del viento; este barco, sin tripulación y sin vigía, recorre el mundo levantando las almas de los muertos.
En una crónica se cuenta que en las noches de luna nueva, por el cielo del sur, desciende una nave negra de la que baja un ejército de sombras a envenenar el aire y hacer más grande la extensión del desierto. Las sombras recorren todos los callejones, sus lamentos se escuchan entre sueños, dejan una mancha roja sobre el cuerpo de los niños que nacieron al declinar el día, después se van, antes de que la niebla se levante, abordan de nueva cuenta su navío y levan anclas. La crónica desde luego es falsa pero algunas noches, en septiembre, no se pueden dormir los perros ni los niños lactantes, se oye el crujir de los cordajes y los mástiles. En esas noches, por el rumbo del parque Tangamanga todo es más oscuro, como si la luz de la luna se eclipsara con la silueta de un barco que desciende.
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