Febrero 18
Escribo con esmero poniendo los acentos en esdrújulas y las comas donde van las comas. Sin embargo, fatalmente, las palabras son las madres del silencio. Nada sólido puedo hacer con los poemas, todo se diluye ante la terquedad del polvo. Sé que sólo existe un gran y único poema, como un río que se bebe sin cesar a sus afluentes, como una red enorme que tejemos todos con la tinta. Así, sólo soy capaz de dibujar el salto efímero de un gato y la muerte fugaz de las falenas. A pesar de todo es necesario mencionar algunas cosas, así, como si nada, sin pensarlo mucho, escupiendo sílabas absurdas, de esas que funcionan como escudo contra las balas del poder que acecha. Decir sin meditarlo, lo repito, dos o tres carajos y alguna extraña geometría. No se trata de reinventar vanguardias, ni de hallar sorprendentes estructuras de la prosa, ni descubrir la llave para entrar al canon. Se trata, eso sí, de soltar algunas cosas que traemos dentro y nos ahogan, de hacer un berrinche monumental en plena calle, antes de que el poder nos asesine, antes de que el desierto nos alcance.
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