Febrero 24
Llueve. Te cuento cómo se mueren los segundos, en silencio.
Solamente se van, y dejan una marca de ceniza en la ventana.
Aquí estoy, como todas las tardes,
con el propósito de capturar imágenes y anécdotas
con las que pueda conformar una colección extraña,
inútil como las estampas, las monedas, los sueños, las corbatas.
Escribir un diario resulta una empresa muy riesgosa.
Es, casi seguro, otra forma de caer en el olvido.
Para nada sirve un diario, es una colección arbitraria de rarezas,
un recorrido caprichoso por caminos trillados.
La verdad es que no sé para qué te cuento
las batallas de una mosca contra el vidrio
y el tiritar de la paloma en el alero.
Tal vez sólo quiero dejar un testimonio de mi errancia,
una señal en los objetos que me tocan la mirada,
la crónica de mi lentísima caída en el misterio inefable de la muerte.
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