jueves, 11 de septiembre de 2008

Crónicas inútiles

Tigre

El tigre es una mancha de la noche en el rostro del día.

Algunas tardes, en la Plaza de Armas,
saltan los tigres que dibuja el sol en la cantera.
Acechan en silencio tras la sombra
con un trozo de mar en las pupilas.

El tigre del poder observa la mirada inmóvil de la paloma herida
y en el instante fugaz de un parpadeo se consuma el sacrificio.
Una víctima más.
Otro cadáver para el insaciable cementerio de la vida.
Otro minuto y otra historia que se borran.

Todos sabemos sin lugar a dudas
que los tigres no habitan en la monótona planicie del desierto.
Ellos viven en la zona más recóndita del ojo;
en el filo de la espada y en el plomo.

Los tigres son inventos del poder que los construye.
Te cuento del tigre y sus andanzas
porque lo he visto merodear en el jardín y las alcobas,
y dormir junto a mí como un gato inofensivo.
Lo veo también cuando acecha
desde la inevitable crueldad de las monedas, y cuando la sed arrecia.

Dicen los gobernantes que los tigres no existen,
pero sus víctimas se cuentan por millares
y todos llevamos en la piel la huella del zarpazo.
Nada es más difícil y peligroso que cazar un tigre
durante los minutos iniciales de un eclipse.

Hay un tigre oculto en un poema,
prisionero de las palabras que construyen su celda.
Tengo miedo de que algún día, por un brevísimo descuido,
salga del poema y me devore.

El tigre es una mancha del día sobre la cara impenetrable de la noche.

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