sábado, 6 de septiembre de 2008

Borrar la memoria: diario de febrero

Febrero 27

Un poema. Sólo quiero un poema. Aspiro a escribir el único poema que revele los misterios ocultos en mi nombre, el que me permita nacer antes de que muera, el que me inscriba en la indestructible superficie del polvo. Toda mi vida he buscado ese poema rascando con mi pluma en las paredes y las piedras; he seguido muchas rutas para encontrar el sitio en que se oculta. Los poemas están en el zumbido persistente de las moscas; en algún lugar desconocido del desierto; en el pliegue de la luz que se disuelve; perdido en el infinito mar de la basura; en las grietas que presagian los derrumbes. También indagué sobre mi propio cuerpo: me levanté la piel para encontrarlo, separé todos mis huesos, dejé al descubierto mi corazón y mis vísceras, quité la delgadísima corteza del cabello, palpé y olí todos mis humores, corté con cuchilla la carne sutil de mis ensueños. De mí no quedó ni la cáscara vacía, y todo porque quiero el maldito poema que no encuentro a pesar del dolor y las heridas. Ya te dije que soy el personaje de mis textos. Pero no te dejes llevar por el engaño, no soy el narrador, soy la tinta, soy un dragón miedoso que se oculta entre renglones, soy un enredijo indescifrable de palabras. Mi pluma dibuja, con hilos finísimos de agua, una telaraña enorme que aprisiona las letras en desorden de mi nombre. Por eso me refiero a mí con iniciales. Soy un hombre que comienza su camino al final de una larga jornada, una sombra entre las sombras, un árbol sin hojas en otoño, una mosca que aspira a ser poema.

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