Viento
No había mejor manera de comenzar febrero
que con una cabalgata de vientos desbocados.
El aire borró la escritura que grabamos en la arena.
Los árboles se volvieron pájaros y volaron.
Cayeron paredes, minaretes y pendones.
La ciudad fue sitiada por incipientes huracanes
y no tuvimos más remedio que buscar una trinchera,
un débil escudo contra la ira terrible del desierto.
Después, levanté los escombros y los guardé en mi casa,
coloqué los fragmentos en estantes, en el interior de un vaso,
entre las páginas de un libro, detrás de los relojes.
Tengo la esperanza de que un día
podré meter a toda la ciudad en un capelo
para evitar que los vientos de febrero se la lleven.
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