Aquí estoy, otra vez, redactando unas frases que lanzaré a jugar en el azar de la red, tal vez sean leidas por alguien si las encuentra por casualidad en esta ruleta rusa que es un blog. Va el cuento.
El doble
Lo primero que te encuentras cuando partes en busca de tu doble es una gran franja de miedo, un ancho desierto con unas cuantas varas secas aquí y allá. A lo lejos, borrosas, se distinguen unas montañas verdes que marcan el horizonte. A cada paso que das la línea verde se aleja y el aire se hace más denso mientras la sensación de miedo y soledad te paraliza los músculos. No se puede explicar el infinito y tampoco el desierto. No sé qué es más doloroso, si el sol que asaetea desde el cielo o esos soles diminutos que ceden ante las pisadas y que están calientes, se clavan en la piel y en los ojos. También el frío de la noche es un tormento. Son muchos los oasis que encuentro en el camino pero duran poco, menos tal vez que un suspiro. A veces el desierto se disfraza de selva y el calor se humedece, pero es imposible eliminar el sabor de la arena en los frutos que penden de los árboles. Existe la creencia de que la única forma de salir del desierto es encontrando la fórmula mágica, la combinación apropiada de palabras. Encontré a mi doble muchas veces, pero en cuanto me acerco lo suficiente para tocarlo, se desmorona hasta quedar convertido en un montón de arena. El último que encontré quedó convertido en un cristal de sílice, plano y brillante. Lo cubrí de inmediato con un paño y no lo he visto: me da horror saber lo que pasará el día que me mire en ese espejo.
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