sábado, 12 de enero de 2008
No hay fantasmas
En la casa museo de Manuel José Othón, me lo han dicho muchas personas, merodean los fantasmas; sobre todo en las noches de noviembre. Ante tanta insistencia decidí que debía certificar la veracidad de los dichos. Una ocasión pedí, al Señor administrador, que me dejara encerrado en la casa de tal manera que no pudiera salir aunque me atacara el miedo. Las cosas ocurrieron como lo suponía, al filo de la media noche iniciaron los ruidos y me di a la tarea de identificarlos uno por uno: una rama movida por el viento; la gotera que, en el silencio nocturno, se oía coma cascada; una puerta que azotaba el aire; el ruido de un bote que los gatos tiraron durante sus peleas; el crujir de los alambres de los tendederos; los ecos de la ciudad en calma. Durante la noche cada sonido se agiganta, adquiere una calidad distinta, y tal vez por eso surgieron los rumores de las almas en pena en el museo. Mi propósito era pasar tres noches en vela y así lo hice. Por ningún lado aparecieron los fantasmas, nada que pareciera provenir de los mundos de ultratumba, cada sonido y cada sombra tienen un origen y una explicación anclada en este mundo y en su cotidiano trajinar de causa y efecto. Así que, una vez probada la inexistencia de fenómenos extraños, agotado por las dos noches y media pasadas sin dormir, abandoné la casa para buscar descanso, como la puerta estaba muy bien cerrada tuve que atravesar el muro para incorporarme a la procesión de sombras en la noche.
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