jueves, 29 de noviembre de 2007

Profanación

Ella supo desde siempre que profanarían su tumba. Ese conocimiento le asaltó durante algún mal sueño y aparecía también, de pronto, durante las horas de vigilia. La idea le pareció repugnante, más, incluso, que la de ser violada por un hombre violento, contrahecho y maloliente. Habló de esto con sus padres quienes trataron de aminorar el miedo dándole infusiones que la sedaban, para evitar las pesadillas. Por un tiempo logró alejar su angustia y la imagen de ser descubierta en estado de putrefacción. Jamás tuvo problemas para mostrar su belleza y su sexo; pero le aterraba que alguien pudiera ver más allá de su piel, que le viera la muerte oculta en cada hueso, en cada fibra, en cada célula. No fueron suficientes los mimos de sus padres, ni el consejo de amigas, sacerdotes y terapeutas, el miedo creció, se hizo insoportable, le desquiciaba la llegada inevitable del mes de noviembre. Así, en octubre, eligió la única manera de acabar con su tormento, puso fin a su vida. La enterraron en el cementerio de Santa María y ahí descansó en paz, hasta el día en que un vigilante descubrió su tumba profanada, y ella le mostraba su muerte al mundo.

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