sábado, 16 de mayo de 2009

Mariposas negras

Sólo un poema


Mi pluma dibuja, con hilos finísimos de agua,
una telaraña enorme que aprisiona las letras en desorden de mi nombre.

Viajo con una lluvia en la memoria
y una tormenta en el bolsillo.

Una mariposa se oculta de la noche a plena luz del día
y dos o tres poemas retozan a sus anchas en el parque.

Quiero dejar un testimonio
de la crueldad del poder que muere sin saberlo
y de la flor que sobrevive en la sequía.

Es necesario mencionar algunas cosas, así, como si nada,
sin pensarlo mucho, escupiendo sílabas absurdas,
de esas que funcionan como escudo
contra las balas del poder que acecha.
Decir sin meditarlo dos o tres carajos
y alguna extraña geometría.

Se trata de soltar algunas cosas que traemos dentro y nos ahogan,
de hacer un berrinche monumental en plena calle,
antes de que el poder nos asesine, antes de que el desierto nos alcance.

Un poema. Sólo quiero un poema.

Aspiro a escribir el único poema
que revele los misterios ocultos en mi nombre,
el que me permita nacer antes de que muera,
el que me inscriba en la indestructible superficie del polvo.

Los poemas están en el zumbido persistente de las moscas;
en algún lugar desconocido del desierto;
en el pliegue de la luz que se disuelve;
en el infinito mar de la basura;
en las grietas que presagian los derrumbes.

Nada sólido puedo hacer con los poemas,
todo se diluye ante la terquedad del polvo.
Sólo soy capaz de dibujar el salto efímero de un gato
y la muerte fugaz de las falenas.

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