La lluvia es un lugar lejano,
una palabra talismán
que rompe los espejos
y los transforma en nube.
Es por eso que salgo a recorrer el vecindario
para ver si me caen dos pétalos del cielo,
o tres besos o unas cuantas gotas de agua
para construirme un mar en el bolsillo.
No necesito el mar,
pero me gusta sentirlo entre los dedos,
olerlo y saber que ahí está,
que siempre será efímero,
que llenará mis tardes con insólitos peces
y que después se irá,
como la lluvia,
como el polvo y las horas,
se irá, como la vida.
Vivo varado en el desierto,
lejos del mar y sus tormentas,
pero me gusta imaginar,
en este páramo de arena,
cómo cae del cielo
una mirada azul de mar en calma.
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