lunes, 23 de noviembre de 2009

El mar V

Veo pasar el domingo, cargado de silencio, desde mi lugar de siempre, junto a la ventana. No sé cómo describir este momento en el que la calle desierta es como el cauce de un río seco pletórico de incendios. Mi corazón late de dolor entre las llamas y se transforma en ascua que se apaga. Todo se consume: las mariposas que acaban de salir de su capullo, los minutos, los pájaros que son manchas de ceniza en el azul del cielo. Es domingo. Pierdo el tiempo a pleno sol y junto a la ventana. Casi puedo jurar que los arbustos lloran para substituir a la lluvia con sus lágrimas. Casi puedo ver el final de los jardines asesinados por el terrible puñal de la sequía. Se me perdió el mar, no escucho el rumor tranquilizante de sus olas. No veo el vuelo audaz de las gaviotas. No percibo la voz de las mareas. No hay corales ni peces ni burbujas de sal entre la arena. Se me perdió el mar y me convertí en una zarza que se quema junto a la ventana.